Reencuentros

Hola a todos, Paz y Bien.

El otro día, al final del comentario de “Unicornios”, os hablaba de esas personas que saben equilibrar el corazón y la razón. Personas que, cuando estás con ellas, te centran la vida. Yo las llamaba Personas Unicornio, enlazando con el título de aquella reflexión.

Hay autores que también se han referido a ellas. Hablan de personas que te mejoran, te motivan, te hacen crecer y ser mejor. Por ejemplo, Marian Rojas-Estapé se refiere a las Personas Vitamina: motivadoras, enérgicas y con buen humor; capaces de generar un ambiente positivo e inspirarte a superarte.

El gran Albert Espinosa, por su parte, habla de los amarillos, esas personas especiales —él las sitúa entre el amor y la amistad— capaces de cambiar tu vida para bien con solo estar presentes, sin necesidad de un contacto constante. Incluso afirma que, a lo largo de la vida, cada uno de nosotros encuentra 23 de esas personas especiales. Veintitrés “amarillos”.

Pues bien, la semana pasada, aprovechando unas reuniones que tenía en Cádiz, tuve la suerte de reencontrarme con uno de ellos: José María. Una de esas personas íntegras, que son faro para muchos de los que navegamos por la vida. Un amigo de siempre —le conozco desde pequeño y, sorprendentemente, recuerdo perfectamente el día que nos vimos por primera vez—. Una persona Unicornio, Vitamina y Amarillo.

De esos amigos con los que, aunque pasen meses sin vernos, al reencontrarnos la relación se retoma con la misma intensidad que si nos hubiéramos despedido la tarde anterior. Ya lo apuntaba Borges: «La amistad no necesita frecuencia. El amor, sí».

En un tiempo en el que, por culpa del uso (y abuso) en redes sociales, la palabra “amigo” ha perdido parte de su sentido original, poder compartir un rato con alguien que encarna el término en toda su profundidad es una auténtica gozada.

Os dejo con el poema de José Martí, Cultivo una rosa blanca, al que este “amigo sincero” puso música hace muchos años y que hemos cantado, junto a otros amigos, en numerosos encuentros:

Cultivo una rosa blanca,
en junio como en enero,
para el amigo sincero
que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo:
cultivo una rosa blanca.

Un fuerte abrazo… de los que se dan en los reencuentros,

Fernando
Odres Nuevos

[A los que recibís el comentario por whatsapp os envío también un audio de la poesía]

Día del Pilar – Día de la Hispanidad

¡Feliz día del Pilar! ¡Feliz día de la Hispanidad!

La fiesta de la Virgen del Pilar se celebra el 12 de octubre, lo cual coincide con la simbólica fecha del Descubrimiento de América y el Día de la Hispanidad. Fue en 1613 cuando el Concejo de Zaragoza decidió guardar el 12 de octubre para esta celebración, que posteriormente fue ratificada por el papa Clemente XII.

En 1945, el papa Pío XII ya se había referido a la Virgen del Pilar como «gran madre de la Hispanidad». En 1958, ese mismo pontífice llamó a la Virgen del Pilar “Reina de la Hispanidad”. Ya en los años 80, el papa Juan Pablo II la reconoció como Patrona de la Hispanidad en una oración:

Oración de San Juan Pablo II ante la Virgen del Pilar (1982)

Doy fervientes gracias a Dios por la presencia singular de María en esta tierra española donde tantos frutos ha producido. Y quiero encomendarte, Virgen santísima del Pilar, España entera, todos y cada uno de sus hijos y pueblos, la Iglesia en España, así como también los hijos de todas las naciones hispánicas. ¡Dios te salve, María, Madre de Cristo y de la Iglesia! ¡Dios te salve, vida, dulzura y esperanza nuestra! A tus cuidados confío esta tarde las necesidades de todas las familias de España, las alegrías de los niños, la ilusión de los jóvenes, los desvelos de los adultos, el dolor de los enfermos y el sereno atardecer de los ancianos. Te encomiendo la fidelidad y abnegación de los ministros de tu Hijo, la esperanza de quienes se preparan para ese ministerio, la gozosa entrega de las vírgenes del claustro, la oración y solicitud de los religiosos y religiosas, la vida y el empeño de cuantos trabajan por el reino de Cristo en estas tierras. En tus manos pongo la fatiga y él sudor de quienes trabajan con las suyas; la noble dedicación de los que transmiten su saber y el esfuerzo de los que aprenden; la hermosa vocación de quienes con su conciencia y servicio alivian el dolor ajeno; la tarea de quienes con su inteligencia buscan la verdad. En tu corazón dejo los anhelos de quienes, mediante los quehaceres económicos procuran honradamente la prosperidad de sus hermanos; de quienes, al servicio de la verdad, informan y forman rectamente la opinión pública; de cuantos, en la política, en la milicia, en las labores sindicales o en el servicio del orden ciudadano prestan su colaboración honesta en favor de una justa, pacífica y segura convivencia. Virgen Santa del Pilar: aumenta nuestra fe, consolida nuestra esperanza, aviva nuestra caridad. Socorre a los que padecen desgracias, a los que sufren soledad, ignorancia, hambre o falta de trabajo. Fortalece a los débiles en la fe. Fomenta en los jóvenes la disponibilidad para una entrega plena a Dios. Protege a España entera y a sus pueblos, a sus hombres y mujeres. Y asiste maternalmente, oh María a cuantos te invocan como Patrona de la Hispanidad. Así sea.

(Fuente El Confidencial)

Un fuerte abrazo… de los que sostienen,

Fernando

Odres Nuevos

Unicornios

Hola a todos, Paz y Bien.

Esta mañana he tenido una reunión y ha salido en varias ocasiones el término “unicornio”, en relación con esas startups, habitualmente con un fuerte componente tecnológico, que dan el bombazo y superan una valoración de más de 1.000 millones de dólares sin cotizar en bolsa.

Y ha empezado el cuento de la lechera. Uno decía: si hubiéramos invertido unos cientos de euros en tal empresa, ahora tendríamos miles. Otro: Pues si lo hubiéramos hecho en esta otra, lo mismo. Otro comentaba: Si hubiéramos apostado por Amazon (que no es una empresa unicornio, pero salió también en la conversación), habríamos multiplicado la inversión por mil. Y así, como la lechera del cuento, iba subiendo el beneficio y las futuras inversiones. Hasta que el más sensato del grupo —que no era yo, para qué engañarnos— recordó lo que muchas veces pasa en el mundo empresarial y en las corrientes económicas: las crisis.

Muchas empresas que hoy son muy potentes han pasado por periodos de crisis —bien internas o generales— que las han tenido, incluso, al punto de poder haber desaparecido. Y cuando llegan las crisis en las empresas es muy difícil mantener la calma, mirar a futuro y no vender. Cuando ves que los valores están cayendo de manera imparable, hay que tener mucha serenidad para contenerse, no vender y esperar que repunten (que en ocasiones no lo hacen).

Y aquí “el sensato” lanzó la frase categórica que nos despertó a todos: “Tus emociones tienen más fuerza que todas tus razones”.

¡Qué cierto! Dicen que las emociones preceden a los sentimientos que, a su vez, anteceden en muchas ocasiones al propio pensamiento.

Si esto lo llevamos fuera del mundo empresarial, a nuestro día a día, a nuestras relaciones, ocurre lo mismo. Y no creo que sea negativo, simplemente, hay que saber conjugarlo para que haya espacio tanto para el corazón como para la razón.

No se trata de tenerlo todo tan planificado que nos impida la sorpresa, la improvisación o la novedad. Tampoco de vivirlo todo con tal intensidad que, al primer tropiezo, nos liemos la manta a la cabeza “vendamos” y demos por cerrada la relación.

Cuando el corazón nos guía, la vida se vuelve más intensa. Arriesgamos más. Pero esto nos puede llevar a tomar decisiones sin pensar en consecuencias futuras. Por el contrario, si la razón toma el control, la vida se vuelve más planificada, más fría, sin esa pasión que nos enlaza a los demás de una manera especial.

Quizá, las personas unicornio sean aquellas que son capaces de equilibrar la vida entre la razón y el corazón.

Personalmente, no conozco ninguna empresa unicornio… pero sí a muchas personas que saben equilibrar el corazón y la razón. Personas que, cuando estás con ellas, te centran la vida. Quizá tú —que estás leyendo esto— seas una de ellas.

¿Cuál es tu persona unicornio? Seguro que te viene alguna a la mente sin pensarlo mucho.

Un fuerte abrazo… de los que nos equilibran,

Fernando
Odres Nuevos

Solitarios en contacto permanente

Hola a todos, Paz y Bien.

Esta mañana hemos estado en la presentación del Plan de Envejecimiento Activo y Prevención de la Dependencia de la Comunidad de Madrid. Se han expuesto las vías de actuación del plan, donde uno de sus puntos es potenciar actividades para prevenir el sentimiento de soledad. Como ya sabéis, se dice que la soledad no deseada es la epidemia silenciosa del siglo XXI.

Me vino a la mente una viñeta que publicó hace unos años el gran José María Nieto en relación con la ley que aprobó la Comunidad Autónoma de La Rioja, que prohibía que las mascotas estuvieran solas más de 48 horas y obligaba a sus dueños, entre otras cosas, a pasearlas dos veces al día.

Algo está fallando, algo no estamos haciendo bien, cuando una de cada tres personas se siente sola en esta sociedad de la hiperconexión y de las redes sociales. Cada vez estamos más conectados, pero menos comunicados. Como decía Zygmunt Bauman: «Somos solitarios en contacto permanente».

Si esta soledad la llevamos al mundo de las personas mayores y, más concretamente, a los mayores de España, podemos decir que hay cerca de tres millones de personas mayores que viven solas —mayoritariamente mujeres—. Según los datos del Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada, un 43 % de las personas que viven solas en España tienen más de 65 años. Ojo, que otra franja de edad en la que la soledad no deseada está especialmente extendida es la de la juventud, con un 34,6 % entre los 18 y 24 años.

Esta soledad, la falta de visitas, de contacto directo, de roce con el otro, no se contrarresta con las relaciones superficiales que mantenemos en las redes sociales. No, Internet no es remedio para la soledad. Tenemos que buscar “relaciones de calidad”. En este sentido, el psicólogo Alfredo García Garate indica: «Hay que rodearse de aquellos con los que puedas ser aceptado, reconocido y con intimidad suficiente para poder compartir tus sentimientos, ya sean buenos o malos».

Qué importante lo de rodearte de gente con la suficiente intimidad como para poder compartir sentimientos, tanto buenos como malos, ¿verdad? En especial, tener un espacio de relación donde poder compartir los momentos difíciles —que también forman parte de nuestras vidas—, ya que en Internet vivimos —salvo contadas excepciones— en la burbuja de mostrar solo momentos buenos, fachadas, máscaras… y eso no es la vida real.

Están muy bien las leyes que protegen a nuestras mascotas y las redes sociales, pero algo tenemos que hacer para acercarnos a las personas que están en soledad, en especial a las personas mayores que se encuentran y se sienten solas.

Quizá una llamada a nuestros familiares mayores para ver qué tal están, o una visita a nuestros vecinos mayores para ver si necesitan algo (posiblemente lo que más necesiten sea esa visita), tal vez un voluntariado de acompañamiento o, simplemente, ser conscientes de que esta realidad de soledad no deseada existe… Ese ya sería un buen punto de partida para comenzar a hacer algo.

¿Cuándo fue la última vez que llamaste o visitaste a ese familiar, o a ese vecino mayor, que vive solo?

Me quedo con la frase de Gustavo Adolfo Bécquer: «La soledad es muy hermosa… cuando se tiene alguien a quien decírselo».

Un fuerte abrazo… de los que se comparten en persona,

Fernando
Odres Nuevos

Cinco minutos

Hola a todos, Paz y Bien.

El otro día comentaba con una amiga la necesidad que tiene la sociedad actual de meditar, de parar el ritmo diario, de encontrarse con uno mismo en algún momento del día.

Hace años me invitaron a participar en un grupo cristiano de meditación. Las sesiones se desarrollaban en la capilla lateral de una iglesia del centro de Madrid. Se hacía una lectura de la Palabra del día, se guardaba un tiempo de silencio para la reflexión personal sobre lo leído (habitualmente era el evangelio del día) y, después, se compartía en pequeños grupos con la gente que tenías más cerca.

Hasta aquí, todo normal. Lo que me sorprendió fue que muchas de las personas que acudían a meditar no eran ni católicas ni cristianas. Muchos de ellos eran personas que trabajaban cerca de la iglesia y, simplemente, necesitaban un espacio en silencio donde dedicar un momento de su día para detenerse y reflexionar de una manera guiada.

Vivimos en una sociedad en la que cada vez nos cuesta más tener momentos para nosotros mismos. Nuestros entornos están llenos de ruido y estímulos que nos impiden prestar atención a eso tan importante que es nuestro mundo interior. Necesitamos —porque muchas veces no somos capaces— espacios en los que nos inviten a apagar los móviles y centrarnos en nosotros, en nuestro interior, en nuestra vida. ¡Ojo! Que ya es un grandísimo paso buscar esos espacios.

Es indudable que la tecnología es necesaria y supone un avance en muchos sentidos, pero también implica un retroceso en el contacto personal y, especialmente, en concedernos momentos de silencio. Gracias a las redes sociales tenemos contacto con muchísimas personas, pero cada vez son menos las relaciones interpersonales directas. ¿Os habéis dado cuenta de que, desde que tenemos WhatsApp, hablamos mucho menos por teléfono con nuestros conocidos? Casi todo son mensajes de texto o audios, que no son conversaciones como tal: son mensajes directos, sin opción a que nos interrumpan, sin que el interlocutor pueda interesarse por algún matiz de lo que estamos transmitiendo.

Como bien ejemplifica el gran Liniers en su viñeta, hoy en día no sabemos aburrirnos porque no tenemos tiempo para ello. Todo nuestro tiempo libre, aunque sean cinco minutos en un trayecto de autobús, lo llenamos con el móvil.

Hace poco me llegó un vídeo del Dr. Mario Alonso Puig sobre la importancia de la meditación, aunque sean cinco o diez minutos al día.

En el vídeo explica que la meditación es un estado de quietud que tiene dos dimensiones: el samatha y el vipassana. Lo primero que hay que hacer es aquietar la mente —samatha— y, una vez calmadas las aguas, cuando puedes ver el fondo, es cuando comienzas a ver soluciones a problemas que antes parecían irresolubles —vipassana. Empiezas a descubrir que hay cosas en ti que, sin que tú mismo lo sepas, están impidiendo que encuentres la salida. Al calmar la mente, el cuerpo se relaja y podemos encontrar soluciones. Vivimos con un nivel de tensión al que nos hemos acostumbrado, que resulta muy dañino para la salud. (Os dejo el enlace al vídeo, por si tenéis curiosidad en verlo: https://youtu.be/c3VdDqNeDu8?si=UfBvpRA1MOqjzXmn).

Y no habla de horas de meditación al día, no. Habla de cinco o diez minutos diarios. “Cinco o diez minutos”, que no son nada —muchas veces se nos van horas muertas mirando reels en internet—, para aquietar la mente y asomarnos un poco a nuestro interior.

Decía San Francisco de Asís: “Empieza por hacer lo necesario; luego, haz lo posible y, de pronto, estarás logrando lo imposible.”

Pues eso: empecemos por cinco minutos al día de relajación y encuentro con nosotros mismos… y quién sabe lo que acabaremos logrando.

Un fuerte abrazo… de los que calman las aguas,

Fernando
Odres Nuevos

Lo físico

Hola a todos, Paz y Bien.

Ya sabéis que soy de los que necesitan un libro físico para leer. Necesito sentir la textura, el peso y el acto de pasar las hojas mientras avanzo.

Siempre que voy a leer, cojo el libro que me interesa en ese momento y un lápiz —casi siempre un portaminas—. Me gusta subrayar y hacer anotaciones en los márgenes. A veces recupero alguno de los libros que leí hace años y reviso, únicamente, lo que en su momento destaqué y las notas que hice en los laterales. Es interesante ver cómo evolucionamos. Textos que subrayé como muy importantes, hoy los releo sin que me digan gran cosa. Otros, en cambio, mantienen intacta la fuerza que me transmitieron en la primera lectura.

¿Y por qué esta reflexión sobre los libros? Porque hoy me ha llegado un pequeño artículo en el que un neurólogo explica los beneficios de leer en papel frente a hacerlo en un dispositivo electrónico. Entre otros —y muy relevante, ya que muchas veces leemos antes de dormir—, destaca que mejora la calidad del sueño.

Pero me voy a centrar en uno muy curioso, en el que, sinceramente, no había reparado y que me ha encantado porque creo que es totalmente cierto: “la gente respeta el espacio de las personas que están leyendo un libro físico”. Es decir, respetan ese momento de concentración del lector y no suelen irrumpir en su espacio. ¿Qué os parece? Yo diría que es real como la vida misma.

Un ejemplo me ha ocurrido esta misma mañana mientras esperaba mi turno en el dentista. Estaba en la sala de espera, consciente del retraso habitual de unos 10 o 15 minutos sobre la hora marcada. Además, hoy había llegado un poco antes de la cita, así que aproveché para seguir con el libro que estoy leyendo en estos momentos: Planeta solitario, de Ana Flecha Marco.

Al cabo de un rato, entró en la sala una familia con dos niños pequeños. Los padres, al verme, tuvieron la delicadeza de sentarse algo más alejados de donde yo me encontraba. Incluso, en varias ocasiones, les pidieron a los niños —mientras me señalaban discretamente con la mirada— que no gritaran, que estaban molestando. Imagino que se dieron cuenta de que estaba concentrado en la lectura. Quizá, si en lugar de leer hubiese estado con el móvil navegando por redes sociales, no habrían hecho esa pequeña advertencia a sus hijos.

A partir de ahora intentaré ser más consciente de si la gente respeta ese momento cuando estoy leyendo. Ya os contaré.

Para acabar, también con libros, os dejo con una cita de Borges que me gusta mucho:

De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro.
Los demás son extensiones de su cuerpo.
El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz;
luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo.
Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.— Jorge Luis Borges

Un fuerte abrazo… de los que se sienten más de manera física,

Fernando
Odres Nuevos

Capas

Hola a todos. Paz y Bien.

Hoy ha sido día de viaje. He tenido reunión en León y ya veis a qué horas os envío la reflexión.

Me gusta mucho viajar en coche. Además de que no me cansa conducir, disfruto de la libertad de poder parar donde quieras, o cambiar la ruta —si no vas con el tiempo justo— para visitar un pueblo, una iglesia o algún lugar de interés que te señala la carretera. Me encanta.

Aprovecho mucho los viajes para hacer llamadas —siempre con el manos libres, que conste—, ya que es un momento ideal para hablar tranquilamente, sin interrupciones. Pero, sobre todo, para escuchar podcasts de programas que, en el día a día, no puedo seguir.

De camino a Madrid, venía escuchando una entrevista que el gran Álex Fidalgo le hacía a Ramiro Calle —referente mundial en yoga y escritor—. En un momento de la charla, Ramiro hablaba de cómo nos estamos convirtiendo en sociedades rígidas. En personas rígidas.

Me gustó mucho la comparación que hacía con ponerse una armadura. En principio, las armaduras las utilizamos para protegernos y defendernos. Pensamos que son un lugar de seguridad y resguardo, pero… preguntaba Ramiro: “¿Te has metido alguna vez en una armadura?” (él sí lo había hecho). Una vez que te metes dentro, te das cuenta de la rigidez que te imprime: casi no puedes ni doblarte, apenas te permite moverte e incluso te deja poca capacidad para respirar.

Esto, reflexionaba, es lo que nos está pasando cada vez más a las personas. Nos vamos poniendo armaduras para protegernos de tantas cosas: del daño, del juicio, de la decepción, del fracaso, de lo desconocido, del dolor… que llega un punto en que tanta coraza, tanta capa, nos acaba inmovilizando. Nos encierra. Nos impide abrirnos a los demás. Nos cierra a nuevas experiencias. Bloquea, incluso, lo bueno que pudiera llegarnos.

Y concluía su reflexión con una comparación con el bambú: cuando llega un vendaval, el bambú se tumba casi hasta el suelo, y cuando pasa, se levanta con todo su esplendor. La rama de un árbol dura y rígida, en cambio, cuando es azotada por ese mismo vendaval, cae, se rompe… y ya nunca vuelve a su estado anterior.

Me viene a la mente la película Shrek. La escena en la que intenta explicarle a Asno que los ogros son como las cebollas: tienen capas. Quizá nosotros también nos estamos poniendo demasiadas capas de armadura, que habrá que ir pelando, poco a poco, para ser más flexibles, más tolerantes a los vendavales de la vida, más accesibles para compartirnos con los demás y, sobre todo, para llegar a nuestra verdadera esencia.

Como dice Leonard Cohen en su canción Anthem: «Hay una grieta en todo, así es como entra la luz.«

Busquemos la grieta en nuestras armaduras y, desde ahí, empecemos a quitar capas.

Un abrazo… flexible como el bambú,

Fernando
Odres Nuevos

Se trata de vivir

Hola a todos, paz y bien.

Salía esta mañana de una reunión y justo al lado de donde había aparcado la moto había dos chicas hablando. Al estar tan cerca, entre que quitaba el bloqueo y me ponía el casco, no pude evitar oír parte de su conversación.

Me quedo con esta frase, entre muchas otras de queja, que cito lo más literalmente que recuerdo: “Ni un solo minuto extra de mi tiempo le doy a la empresa.”

No sé qué empresa era, si la trataban bien o mal, si la valoraban o la explotaban, si ella era una buena trabajadora o una calamidad… Nada. Pero esa expresión me hizo pensar que no estaba perdiendo un solo minuto de su tiempo: estaba regalando —o desperdiciando— ocho horas al día de su vida.

Si trabajas en un lugar del que solo quieres salir en cuanto termina tu turno, está claro que no estás en el sitio adecuado.

Recuerdo a un trabajador que teníamos en una residencia de mayores. Estaba quemado —no sé si con el trabajo, con nosotros, con la residencia o con la vida en general—, pero su actitud era muy parecida a la de la chica de esta mañana. Todo eran quejas, hacer estrictamente lo que tenía asignado, salir en el mismo momento en que terminaba su turno y, sobre todo, el malestar que trasladaba al resto de compañeros, que terminaba enturbiando el ambiente.

Un día lo llamé al despacho. Quise saber qué le pasaba, por qué esa actitud. Incluso fui al grano: —Si no estás a gusto, ¿por qué no buscas otro trabajo? Y su respuesta me dejó clavado: —No, si yo no quiero irme de aquí. Y era verdad. No se fue. Tampoco cambió de actitud.

El problema no es estar quemado con el trabajo —o con lo que sea—. Eso nos puede pasar a todos. El verdadero problema es instalarse ahí, quedarse quieto, no mover un dedo por salir de esa situación. No buscar algo que nos motive, que nos reconcilie con el tiempo que le dedicamos cada día. Porque, al final, no se trata solo de trabajar: se trata de vivir.

Decía Steve Jobs, y creo que con bastante acierto: «El único modo de hacer un gran trabajo es amar lo que haces.»

Y si no lo amas… que no te lleve al punto de vivir quemado.

Un fuerte abrazo… de los que nos motivan a cambiar,

Fernando
Odres Nuevos

El primer paso

Hola a todos, Paz y Bien.

Mientras buscaba un archivo en el ordenador, me he encontrado con la fotografía que acompaña mi reflexión de hoy.

Nos cuesta una barbaridad —al menos a mí— comenzar nuevos proyectos. Recuerdo lo que me costó constituir Odres Nuevos. Me ponía a pensar en todos los pasos administrativos y se me quitaban las ganas de iniciar la aventura. Así iban pasando los meses, incluso algún año, con el proyecto en mente pero sin arrancar.

Y no era postergación ni pereza, era la dificultad de encontrar ese impulso inicial que hace falta para, aun sin tenerlo del todo claro y con las trabas que prevés que puedan existir —ya sean administrativas, burocráticas, de tiempo o de financiación—, lanzarte a un nuevo reto.

Muchas veces —yo el primero— buscamos demasiadas seguridades para empezar algo. Esperamos una iluminación que nos diga: “es el momento”, o vemos la meta tan lejos que nos desanima el largo camino a recorrer.

Después, una vez que comienzas, el tiempo va pasando, los problemas se van solventando y la burocracia finaliza (al menos temporalmente, hasta que tienes que renovar los certificados digitales o presentar un proyecto a una subvención, ¿verdad?). Miras atrás y, casi sin darte cuenta, han pasado más de 20 años.

Ya sabéis: un paso no te lleva a la meta, pero te saca de tu sitio. Y eso, muchas veces, es todo lo que hace falta para empezar.

Os dejo con un fragmento del cuento Momo, de Michael Ende, que creo ilustra muy bien cómo, una vez que te pones en marcha, paso a paso, los proyectos avanzan casi sin que te des cuenta:

Cuando Beppo barría las calles, lo hacía despacio, pero con constancia. Mientras iba barriendo, con la calle sucia ante sí y limpia detrás, se le iban ocurriendo multitud de pensamientos, que luego le explicaba a su amiga Momo:

—¿Ves, Momo? —le decía, por ejemplo—. Las cosas son así: a veces tienes ante ti una calle larguísima. Te parece terriblemente larga, y nunca crees que podrás acabarla.

Miró un rato en silencio a su alrededor; entonces siguió:

—Y entonces te empiezas a dar prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Y te esfuerzas más todavía, empiezas a tener miedo, al final estás sin aliento. Y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer.

Pensó durante un rato. Entonces siguió hablando:

—Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Solo hay que pensar en el paso siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que el siguiente.

Volvió a callar y a reflexionar, antes de añadir:

—Entonces es divertido; eso es importante, porque entonces se hace bien la tarea. Y así ha de ser.

Después de una nueva y larga interrupción, siguió:

—De repente se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Uno no se da cuenta de cómo ha sido, y no se está sin aliento.

Asintió en silencio y dijo, poniendo punto final:

—Eso es importante.

Michael Ende (Momo)

Un fuerte abrazo… de los que comienzan con un paso,

Fernando
Odres Nuevos

Profesionalidad y cariño

Hola a todos, Paz y Bien.

Ayer celebramos el Día Mundial del Alzheimer, una enfermedad degenerativa de las células cerebrales —las neuronas—, de carácter progresivo y de origen aún desconocido, que ya ha sido diagnosticada en más de 1.200.000 personas en nuestro país. Esto me ha hecho pensar en la importancia de los cuidados a las personas que la padecen. Ya conocéis la máxima: “Cuando no sirve curar, siempre funciona cuidar.”

Unos cuidados que no deberían centrarse únicamente en los enfermos. El Alzheimer es una enfermedad compartida, que afecta a toda la familia. No se cuida solo a quien está enfermo: también se debería cuidar a quienes lo rodean, porque conviven con la pérdida, la incertidumbre y el desgaste diario.

Y qué importante es estar preparados para saber cuidar bien. El lema de Odres Nuevos es: “Profesionalidad y cariño.” Es indudable que el cariño es esencial en el cuidado, pero, por sí solo, no basta. Sin apoyo, sin formación, ese cariño puede tornarse en frustración y agotamiento, y esto, al final, puede convertirse en un mal cuidado.

Necesitamos comprender la enfermedad: saber cómo evoluciona, reconocer sus síntomas más habituales, aprender a tratar al enfermo y, sobre todo, aprender a cuidarse uno mismo cuando se es cuidador.

Para cuidar bien, el cariño necesita ir acompañado de conocimiento, de saber. Y ese conocimiento marca la diferencia cuando se pone al servicio de los demás con profesionalidad.

Conocimiento, cariño y profesionalidad: los tres pilares imprescindibles para acompañar el Alzheimer. Porque esta enfermedad no solo borra recuerdos, también desdibuja a la persona que conocíamos. Y sin esa combinación —cabeza, corazón y criterio— corremos el riesgo de juzgar lo que deberíamos comprender: no son manías ni caprichos, sino manifestaciones de una enfermedad que aún no entendemos del todo. Aunque, parafraseando a san Pablo en la Primera Carta a los Corintios, de las tres la más importante es el Amor… el cariño, el corazón.

Un fuerte abrazo… de los que cuidan,

Fernando
Odres Nuevos