Hola a todos, Paz y Bien.
Esta mañana, desayunando en mi cafetería de referencia, me he fijado en cómo interactuamos los que solemos coincidir allí cada día.
Siempre hay un saludo afectuoso entre los que nos conocemos. Algún comentario sobre el tiempo y, según la confianza, incluso puede surgir alguna observación más personal.
Aunque siempre están puestas las noticias —a mi parecer, un error; mejor poner música o algo que no tense los ánimos desde primera hora—, no suele haber comentarios sobre el escenario político, que es lo que insisten en mostrar las televisiones sin cesar.
Lo que hoy me ha llamado más la atención es el possaludo: ese momento inmediatamente después de saludar a los conocidos, pedir el café y sentarte en la mesa —o quedarte en la barra— para tomarlo. Y me he dado cuenta de que es casi unánime el acto de sacar el móvil y pasar todo el desayuno trasteando con él.
Mirar el móvil es fácil y cómodo. Nos evita el aburrimiento y, en ocasiones, la espera. Nos permite contestar un mensaje de trabajo desde la cafetería. Pero también nos roba momentos muy valiosos: la mirada curiosa, la escucha atenta, la posibilidad de entablar una conversación, ese pensamiento que brota cuando no hacemos nada, la charla continua que no se interrumpe cada poco con el sonido de un mensaje recibido… Justo esos momentos que merecen la pena y que surgen cuando te has dejado el móvil en casa o en el coche.
El móvil nos permite estar conectados y localizados. También resolver temas sin necesidad de estar en un despacho o frente a un ordenador. Y todo eso está bien. Pero ¿es necesario estar así en todo momento? Estamos tan conectados y se ha vuelto una herramienta de trabajo tan esencial que pasar un día entero sin móvil es hoy en día casi imposible. Pero ¿seríamos capaces de estar sin él, al menos durante algunos momentos del día? Por ejemplo, dejar voluntariamente el móvil durante el desayuno —que serán diez minutos, como mucho— o durante la comida. Siendo conscientes de que lo hemos hecho de manera voluntaria.
Oí hace tiempo al Mago More contar que en su casa tenían unas “cajas del tiempo”. Son unas cajas —más bien pequeñas— en las que puedes meter cosas: las llaves del coche, el móvil o, incluso, según el tamaño, una consola. Programas el tiempo que quieras, y la caja se bloquea y es imposible de abrir hasta que ese tiempo ha pasado. Creo recordar que el Mago More las usaba para estar con su familia sin distracciones de fuera… ni de dentro (esa tentación constante de mirar el móvil, aunque no haya nada urgente ni estemos esperando ninguna llamada o mensaje).
Acabo de recordar un vídeo que me llegó hace poco, en el que una marca de refrescos (Un té) hace algo similar a lo de las “cajas del tiempo”. Voy a buscarlo y os lo adjunto con esta reflexión, porque es realmente interesante —a ver si lo encuentro—.
No sé si la solución es comprar una de esas cajas, o simplemente dejarnos el móvil voluntariamente en el despacho o en el coche durante momentos concretos. Lo que sí voy a intentar es forzar esos espacios sin móvil encima —sin la posibilidad de recibir mensajes o llamadas, y evitando también la tentación de mirarlo sin una urgencia clara—.
¿Hace cuánto que no te tomas un café contigo mismo? Disfrutando, simplemente, de su sabor y de los pensamientos que van viniendo sin nada que los interrumpa. Mostrando tu disposición a que alguien se te acerque al ver que no estás ocupado en otras cosas.
¡Venga! Yo mañana lo pruebo. Dejaré el móvil en el coche a la hora del desayuno, y disfrutaré del café, de la escucha, de la mirada atenta, y estaré abierto a quien quiera acompañarme en ese momento. Es un primer paso. ¿Te animas?
Un fuerte abrazo… de los que se dan sin distracciones,
Fernando
Odres Nuevos
¡Encontré el vídeo de la marca de Tés! Pure Leaf
