Solitarios en contacto permanente

Hola a todos, Paz y Bien.

Esta mañana hemos estado en la presentación del Plan de Envejecimiento Activo y Prevención de la Dependencia de la Comunidad de Madrid. Se han expuesto las vías de actuación del plan, donde uno de sus puntos es potenciar actividades para prevenir el sentimiento de soledad. Como ya sabéis, se dice que la soledad no deseada es la epidemia silenciosa del siglo XXI.

Me vino a la mente una viñeta que publicó hace unos años el gran José María Nieto en relación con la ley que aprobó la Comunidad Autónoma de La Rioja, que prohibía que las mascotas estuvieran solas más de 48 horas y obligaba a sus dueños, entre otras cosas, a pasearlas dos veces al día.

Algo está fallando, algo no estamos haciendo bien, cuando una de cada tres personas se siente sola en esta sociedad de la hiperconexión y de las redes sociales. Cada vez estamos más conectados, pero menos comunicados. Como decía Zygmunt Bauman: «Somos solitarios en contacto permanente».

Si esta soledad la llevamos al mundo de las personas mayores y, más concretamente, a los mayores de España, podemos decir que hay cerca de tres millones de personas mayores que viven solas —mayoritariamente mujeres—. Según los datos del Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada, un 43 % de las personas que viven solas en España tienen más de 65 años. Ojo, que otra franja de edad en la que la soledad no deseada está especialmente extendida es la de la juventud, con un 34,6 % entre los 18 y 24 años.

Esta soledad, la falta de visitas, de contacto directo, de roce con el otro, no se contrarresta con las relaciones superficiales que mantenemos en las redes sociales. No, Internet no es remedio para la soledad. Tenemos que buscar “relaciones de calidad”. En este sentido, el psicólogo Alfredo García Garate indica: «Hay que rodearse de aquellos con los que puedas ser aceptado, reconocido y con intimidad suficiente para poder compartir tus sentimientos, ya sean buenos o malos».

Qué importante lo de rodearte de gente con la suficiente intimidad como para poder compartir sentimientos, tanto buenos como malos, ¿verdad? En especial, tener un espacio de relación donde poder compartir los momentos difíciles —que también forman parte de nuestras vidas—, ya que en Internet vivimos —salvo contadas excepciones— en la burbuja de mostrar solo momentos buenos, fachadas, máscaras… y eso no es la vida real.

Están muy bien las leyes que protegen a nuestras mascotas y las redes sociales, pero algo tenemos que hacer para acercarnos a las personas que están en soledad, en especial a las personas mayores que se encuentran y se sienten solas.

Quizá una llamada a nuestros familiares mayores para ver qué tal están, o una visita a nuestros vecinos mayores para ver si necesitan algo (posiblemente lo que más necesiten sea esa visita), tal vez un voluntariado de acompañamiento o, simplemente, ser conscientes de que esta realidad de soledad no deseada existe… Ese ya sería un buen punto de partida para comenzar a hacer algo.

¿Cuándo fue la última vez que llamaste o visitaste a ese familiar, o a ese vecino mayor, que vive solo?

Me quedo con la frase de Gustavo Adolfo Bécquer: «La soledad es muy hermosa… cuando se tiene alguien a quien decírselo».

Un fuerte abrazo… de los que se comparten en persona,

Fernando
Odres Nuevos

Cinco minutos

Hola a todos, Paz y Bien.

El otro día comentaba con una amiga la necesidad que tiene la sociedad actual de meditar, de parar el ritmo diario, de encontrarse con uno mismo en algún momento del día.

Hace años me invitaron a participar en un grupo cristiano de meditación. Las sesiones se desarrollaban en la capilla lateral de una iglesia del centro de Madrid. Se hacía una lectura de la Palabra del día, se guardaba un tiempo de silencio para la reflexión personal sobre lo leído (habitualmente era el evangelio del día) y, después, se compartía en pequeños grupos con la gente que tenías más cerca.

Hasta aquí, todo normal. Lo que me sorprendió fue que muchas de las personas que acudían a meditar no eran ni católicas ni cristianas. Muchos de ellos eran personas que trabajaban cerca de la iglesia y, simplemente, necesitaban un espacio en silencio donde dedicar un momento de su día para detenerse y reflexionar de una manera guiada.

Vivimos en una sociedad en la que cada vez nos cuesta más tener momentos para nosotros mismos. Nuestros entornos están llenos de ruido y estímulos que nos impiden prestar atención a eso tan importante que es nuestro mundo interior. Necesitamos —porque muchas veces no somos capaces— espacios en los que nos inviten a apagar los móviles y centrarnos en nosotros, en nuestro interior, en nuestra vida. ¡Ojo! Que ya es un grandísimo paso buscar esos espacios.

Es indudable que la tecnología es necesaria y supone un avance en muchos sentidos, pero también implica un retroceso en el contacto personal y, especialmente, en concedernos momentos de silencio. Gracias a las redes sociales tenemos contacto con muchísimas personas, pero cada vez son menos las relaciones interpersonales directas. ¿Os habéis dado cuenta de que, desde que tenemos WhatsApp, hablamos mucho menos por teléfono con nuestros conocidos? Casi todo son mensajes de texto o audios, que no son conversaciones como tal: son mensajes directos, sin opción a que nos interrumpan, sin que el interlocutor pueda interesarse por algún matiz de lo que estamos transmitiendo.

Como bien ejemplifica el gran Liniers en su viñeta, hoy en día no sabemos aburrirnos porque no tenemos tiempo para ello. Todo nuestro tiempo libre, aunque sean cinco minutos en un trayecto de autobús, lo llenamos con el móvil.

Hace poco me llegó un vídeo del Dr. Mario Alonso Puig sobre la importancia de la meditación, aunque sean cinco o diez minutos al día.

En el vídeo explica que la meditación es un estado de quietud que tiene dos dimensiones: el samatha y el vipassana. Lo primero que hay que hacer es aquietar la mente —samatha— y, una vez calmadas las aguas, cuando puedes ver el fondo, es cuando comienzas a ver soluciones a problemas que antes parecían irresolubles —vipassana. Empiezas a descubrir que hay cosas en ti que, sin que tú mismo lo sepas, están impidiendo que encuentres la salida. Al calmar la mente, el cuerpo se relaja y podemos encontrar soluciones. Vivimos con un nivel de tensión al que nos hemos acostumbrado, que resulta muy dañino para la salud. (Os dejo el enlace al vídeo, por si tenéis curiosidad en verlo: https://youtu.be/c3VdDqNeDu8?si=UfBvpRA1MOqjzXmn).

Y no habla de horas de meditación al día, no. Habla de cinco o diez minutos diarios. “Cinco o diez minutos”, que no son nada —muchas veces se nos van horas muertas mirando reels en internet—, para aquietar la mente y asomarnos un poco a nuestro interior.

Decía San Francisco de Asís: “Empieza por hacer lo necesario; luego, haz lo posible y, de pronto, estarás logrando lo imposible.”

Pues eso: empecemos por cinco minutos al día de relajación y encuentro con nosotros mismos… y quién sabe lo que acabaremos logrando.

Un fuerte abrazo… de los que calman las aguas,

Fernando
Odres Nuevos

Lo físico

Hola a todos, Paz y Bien.

Ya sabéis que soy de los que necesitan un libro físico para leer. Necesito sentir la textura, el peso y el acto de pasar las hojas mientras avanzo.

Siempre que voy a leer, cojo el libro que me interesa en ese momento y un lápiz —casi siempre un portaminas—. Me gusta subrayar y hacer anotaciones en los márgenes. A veces recupero alguno de los libros que leí hace años y reviso, únicamente, lo que en su momento destaqué y las notas que hice en los laterales. Es interesante ver cómo evolucionamos. Textos que subrayé como muy importantes, hoy los releo sin que me digan gran cosa. Otros, en cambio, mantienen intacta la fuerza que me transmitieron en la primera lectura.

¿Y por qué esta reflexión sobre los libros? Porque hoy me ha llegado un pequeño artículo en el que un neurólogo explica los beneficios de leer en papel frente a hacerlo en un dispositivo electrónico. Entre otros —y muy relevante, ya que muchas veces leemos antes de dormir—, destaca que mejora la calidad del sueño.

Pero me voy a centrar en uno muy curioso, en el que, sinceramente, no había reparado y que me ha encantado porque creo que es totalmente cierto: “la gente respeta el espacio de las personas que están leyendo un libro físico”. Es decir, respetan ese momento de concentración del lector y no suelen irrumpir en su espacio. ¿Qué os parece? Yo diría que es real como la vida misma.

Un ejemplo me ha ocurrido esta misma mañana mientras esperaba mi turno en el dentista. Estaba en la sala de espera, consciente del retraso habitual de unos 10 o 15 minutos sobre la hora marcada. Además, hoy había llegado un poco antes de la cita, así que aproveché para seguir con el libro que estoy leyendo en estos momentos: Planeta solitario, de Ana Flecha Marco.

Al cabo de un rato, entró en la sala una familia con dos niños pequeños. Los padres, al verme, tuvieron la delicadeza de sentarse algo más alejados de donde yo me encontraba. Incluso, en varias ocasiones, les pidieron a los niños —mientras me señalaban discretamente con la mirada— que no gritaran, que estaban molestando. Imagino que se dieron cuenta de que estaba concentrado en la lectura. Quizá, si en lugar de leer hubiese estado con el móvil navegando por redes sociales, no habrían hecho esa pequeña advertencia a sus hijos.

A partir de ahora intentaré ser más consciente de si la gente respeta ese momento cuando estoy leyendo. Ya os contaré.

Para acabar, también con libros, os dejo con una cita de Borges que me gusta mucho:

De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro.
Los demás son extensiones de su cuerpo.
El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz;
luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo.
Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.— Jorge Luis Borges

Un fuerte abrazo… de los que se sienten más de manera física,

Fernando
Odres Nuevos

Capas

Hola a todos. Paz y Bien.

Hoy ha sido día de viaje. He tenido reunión en León y ya veis a qué horas os envío la reflexión.

Me gusta mucho viajar en coche. Además de que no me cansa conducir, disfruto de la libertad de poder parar donde quieras, o cambiar la ruta —si no vas con el tiempo justo— para visitar un pueblo, una iglesia o algún lugar de interés que te señala la carretera. Me encanta.

Aprovecho mucho los viajes para hacer llamadas —siempre con el manos libres, que conste—, ya que es un momento ideal para hablar tranquilamente, sin interrupciones. Pero, sobre todo, para escuchar podcasts de programas que, en el día a día, no puedo seguir.

De camino a Madrid, venía escuchando una entrevista que el gran Álex Fidalgo le hacía a Ramiro Calle —referente mundial en yoga y escritor—. En un momento de la charla, Ramiro hablaba de cómo nos estamos convirtiendo en sociedades rígidas. En personas rígidas.

Me gustó mucho la comparación que hacía con ponerse una armadura. En principio, las armaduras las utilizamos para protegernos y defendernos. Pensamos que son un lugar de seguridad y resguardo, pero… preguntaba Ramiro: “¿Te has metido alguna vez en una armadura?” (él sí lo había hecho). Una vez que te metes dentro, te das cuenta de la rigidez que te imprime: casi no puedes ni doblarte, apenas te permite moverte e incluso te deja poca capacidad para respirar.

Esto, reflexionaba, es lo que nos está pasando cada vez más a las personas. Nos vamos poniendo armaduras para protegernos de tantas cosas: del daño, del juicio, de la decepción, del fracaso, de lo desconocido, del dolor… que llega un punto en que tanta coraza, tanta capa, nos acaba inmovilizando. Nos encierra. Nos impide abrirnos a los demás. Nos cierra a nuevas experiencias. Bloquea, incluso, lo bueno que pudiera llegarnos.

Y concluía su reflexión con una comparación con el bambú: cuando llega un vendaval, el bambú se tumba casi hasta el suelo, y cuando pasa, se levanta con todo su esplendor. La rama de un árbol dura y rígida, en cambio, cuando es azotada por ese mismo vendaval, cae, se rompe… y ya nunca vuelve a su estado anterior.

Me viene a la mente la película Shrek. La escena en la que intenta explicarle a Asno que los ogros son como las cebollas: tienen capas. Quizá nosotros también nos estamos poniendo demasiadas capas de armadura, que habrá que ir pelando, poco a poco, para ser más flexibles, más tolerantes a los vendavales de la vida, más accesibles para compartirnos con los demás y, sobre todo, para llegar a nuestra verdadera esencia.

Como dice Leonard Cohen en su canción Anthem: «Hay una grieta en todo, así es como entra la luz.«

Busquemos la grieta en nuestras armaduras y, desde ahí, empecemos a quitar capas.

Un abrazo… flexible como el bambú,

Fernando
Odres Nuevos

Se trata de vivir

Hola a todos, paz y bien.

Salía esta mañana de una reunión y justo al lado de donde había aparcado la moto había dos chicas hablando. Al estar tan cerca, entre que quitaba el bloqueo y me ponía el casco, no pude evitar oír parte de su conversación.

Me quedo con esta frase, entre muchas otras de queja, que cito lo más literalmente que recuerdo: “Ni un solo minuto extra de mi tiempo le doy a la empresa.”

No sé qué empresa era, si la trataban bien o mal, si la valoraban o la explotaban, si ella era una buena trabajadora o una calamidad… Nada. Pero esa expresión me hizo pensar que no estaba perdiendo un solo minuto de su tiempo: estaba regalando —o desperdiciando— ocho horas al día de su vida.

Si trabajas en un lugar del que solo quieres salir en cuanto termina tu turno, está claro que no estás en el sitio adecuado.

Recuerdo a un trabajador que teníamos en una residencia de mayores. Estaba quemado —no sé si con el trabajo, con nosotros, con la residencia o con la vida en general—, pero su actitud era muy parecida a la de la chica de esta mañana. Todo eran quejas, hacer estrictamente lo que tenía asignado, salir en el mismo momento en que terminaba su turno y, sobre todo, el malestar que trasladaba al resto de compañeros, que terminaba enturbiando el ambiente.

Un día lo llamé al despacho. Quise saber qué le pasaba, por qué esa actitud. Incluso fui al grano: —Si no estás a gusto, ¿por qué no buscas otro trabajo? Y su respuesta me dejó clavado: —No, si yo no quiero irme de aquí. Y era verdad. No se fue. Tampoco cambió de actitud.

El problema no es estar quemado con el trabajo —o con lo que sea—. Eso nos puede pasar a todos. El verdadero problema es instalarse ahí, quedarse quieto, no mover un dedo por salir de esa situación. No buscar algo que nos motive, que nos reconcilie con el tiempo que le dedicamos cada día. Porque, al final, no se trata solo de trabajar: se trata de vivir.

Decía Steve Jobs, y creo que con bastante acierto: «El único modo de hacer un gran trabajo es amar lo que haces.»

Y si no lo amas… que no te lleve al punto de vivir quemado.

Un fuerte abrazo… de los que nos motivan a cambiar,

Fernando
Odres Nuevos

El primer paso

Hola a todos, Paz y Bien.

Mientras buscaba un archivo en el ordenador, me he encontrado con la fotografía que acompaña mi reflexión de hoy.

Nos cuesta una barbaridad —al menos a mí— comenzar nuevos proyectos. Recuerdo lo que me costó constituir Odres Nuevos. Me ponía a pensar en todos los pasos administrativos y se me quitaban las ganas de iniciar la aventura. Así iban pasando los meses, incluso algún año, con el proyecto en mente pero sin arrancar.

Y no era postergación ni pereza, era la dificultad de encontrar ese impulso inicial que hace falta para, aun sin tenerlo del todo claro y con las trabas que prevés que puedan existir —ya sean administrativas, burocráticas, de tiempo o de financiación—, lanzarte a un nuevo reto.

Muchas veces —yo el primero— buscamos demasiadas seguridades para empezar algo. Esperamos una iluminación que nos diga: “es el momento”, o vemos la meta tan lejos que nos desanima el largo camino a recorrer.

Después, una vez que comienzas, el tiempo va pasando, los problemas se van solventando y la burocracia finaliza (al menos temporalmente, hasta que tienes que renovar los certificados digitales o presentar un proyecto a una subvención, ¿verdad?). Miras atrás y, casi sin darte cuenta, han pasado más de 20 años.

Ya sabéis: un paso no te lleva a la meta, pero te saca de tu sitio. Y eso, muchas veces, es todo lo que hace falta para empezar.

Os dejo con un fragmento del cuento Momo, de Michael Ende, que creo ilustra muy bien cómo, una vez que te pones en marcha, paso a paso, los proyectos avanzan casi sin que te des cuenta:

Cuando Beppo barría las calles, lo hacía despacio, pero con constancia. Mientras iba barriendo, con la calle sucia ante sí y limpia detrás, se le iban ocurriendo multitud de pensamientos, que luego le explicaba a su amiga Momo:

—¿Ves, Momo? —le decía, por ejemplo—. Las cosas son así: a veces tienes ante ti una calle larguísima. Te parece terriblemente larga, y nunca crees que podrás acabarla.

Miró un rato en silencio a su alrededor; entonces siguió:

—Y entonces te empiezas a dar prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Y te esfuerzas más todavía, empiezas a tener miedo, al final estás sin aliento. Y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer.

Pensó durante un rato. Entonces siguió hablando:

—Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Solo hay que pensar en el paso siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que el siguiente.

Volvió a callar y a reflexionar, antes de añadir:

—Entonces es divertido; eso es importante, porque entonces se hace bien la tarea. Y así ha de ser.

Después de una nueva y larga interrupción, siguió:

—De repente se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Uno no se da cuenta de cómo ha sido, y no se está sin aliento.

Asintió en silencio y dijo, poniendo punto final:

—Eso es importante.

Michael Ende (Momo)

Un fuerte abrazo… de los que comienzan con un paso,

Fernando
Odres Nuevos

Profesionalidad y cariño

Hola a todos, Paz y Bien.

Ayer celebramos el Día Mundial del Alzheimer, una enfermedad degenerativa de las células cerebrales —las neuronas—, de carácter progresivo y de origen aún desconocido, que ya ha sido diagnosticada en más de 1.200.000 personas en nuestro país. Esto me ha hecho pensar en la importancia de los cuidados a las personas que la padecen. Ya conocéis la máxima: “Cuando no sirve curar, siempre funciona cuidar.”

Unos cuidados que no deberían centrarse únicamente en los enfermos. El Alzheimer es una enfermedad compartida, que afecta a toda la familia. No se cuida solo a quien está enfermo: también se debería cuidar a quienes lo rodean, porque conviven con la pérdida, la incertidumbre y el desgaste diario.

Y qué importante es estar preparados para saber cuidar bien. El lema de Odres Nuevos es: “Profesionalidad y cariño.” Es indudable que el cariño es esencial en el cuidado, pero, por sí solo, no basta. Sin apoyo, sin formación, ese cariño puede tornarse en frustración y agotamiento, y esto, al final, puede convertirse en un mal cuidado.

Necesitamos comprender la enfermedad: saber cómo evoluciona, reconocer sus síntomas más habituales, aprender a tratar al enfermo y, sobre todo, aprender a cuidarse uno mismo cuando se es cuidador.

Para cuidar bien, el cariño necesita ir acompañado de conocimiento, de saber. Y ese conocimiento marca la diferencia cuando se pone al servicio de los demás con profesionalidad.

Conocimiento, cariño y profesionalidad: los tres pilares imprescindibles para acompañar el Alzheimer. Porque esta enfermedad no solo borra recuerdos, también desdibuja a la persona que conocíamos. Y sin esa combinación —cabeza, corazón y criterio— corremos el riesgo de juzgar lo que deberíamos comprender: no son manías ni caprichos, sino manifestaciones de una enfermedad que aún no entendemos del todo. Aunque, parafraseando a san Pablo en la Primera Carta a los Corintios, de las tres la más importante es el Amor… el cariño, el corazón.

Un fuerte abrazo… de los que cuidan,

Fernando
Odres Nuevos

Día Mundial del Alzheimer 2025

Hola a Todos, Paz y Bien

Hoy, 21 de septiembre, se conmemora el Día Mundial del Alzheimer, evento instituido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y auspiciado por Alzheimer’s Disease Internacional (ADI) en 1994.

Desde Odres Nuevos nos unimos a la campaña de CEAFA, Confederación Española de Alzheimer y otras Demencias, “Igualando derechos”, con la que se quiere poner el foco en una realidad preocupante: a medida que avanza la enfermedad, los derechos de las personas que la padecen tienden a verse restringidos y limitados, algo que no puede ni debe tolerarse. CEAFA subraya en esta campaña que las personas con Alzheimer reclaman ser tratadas con la misma consideración que otros colectivos, exigiendo reconocimiento y respeto en el sentido más amplio del término, porque la dignidad de cada persona sigue intacta y con ella, sus derechos.

Desde Odres Nuevos queremos sumarnos “recordando” lo más importante en esta enfermedad… que el corazón no olvida.

Un abrazo lleno de cariño, lleno de recuerdos, lleno de Corazón,

Fernando
Odres Nuevos


#DiaMundialAlzheimer #ElCorazonNoOlvida #IgualandoDerechos

Lo importante

Hola a todos, Paz y Bien.

Cómo nos va cambiando la percepción de aquello que consideramos importante en la vida según vamos teniendo más años y más experiencia.

Hoy he visitado una de las Residencias de Lares Madrid. Les llevaba una donación de alimentos que otra residencia, también de nuestra Asociación, les había ofrecido por un exceso de stock. —Mucho se podría hablar de la solidaridad compartida entre instituciones. Esto me da para otra reflexión—.

Cuando he llegado a la residencia, estaban haciendo una dinámica de cara a una actividad que tendremos en Navidades en la que se les pregunta a los Residentes qué les gustaría que les regalasen. No es un mero regalo al uso: tienen que escribir una carta en la que, libremente, expresen un deseo conectado con su historia personal, algo que les haría ilusión recibir.

La terapeuta de la Residencia que estaba coordinando la dinámica me ha leído tres o cuatro cartas, donde cada una de ellas me emocionaba más que la anterior y me hacía pensar en cuántas cosas creemos importantes que, con los años, vemos que no lo son tanto.

Os voy a transcribir dos de las cartas que han redactado, junto con la imagen de una de ellas (con su autorización expresa).

1.ª Carta

“Me llamo Carmen, tengo 94 años. Mi sueño sería que, al no haber tenido madre —porque murió al nacer yo—, haber tenido unos pendientes de plata regalo de ella. Así que agradezco mucho que mi sueño se hiciera realidad”.

2.ª Carta

“Mi nombre es Paz, tengo 82 años. Cuando era pequeña, mis padres eran muy pobres y en Reyes siempre me pedía una muñeca. Un año me regalaron un muñeco de cartón. Yo quise bañarlo y lo metí en la palangana. ¡Me quedé sin muñeco! Mi sueño sería tener una muñeca. Gracias por atender mi deseo. Atentamente, Paz”.

Al leer estas cartas, resulta imposible no conmoverse —estaba entre la alegría y las lágrimas—: son relatos sencillos, pero cargados de vida y de verdad. Como dice Víctor Küppers, «lo más importante en la vida es que lo más importante sea lo más importante». Los pendientes y la muñeca no dejan de ser símbolos cargados de memoria, deseo y afecto; lo verdaderamente valioso es lo que evocan: una madre ausente que dejó un vacío desde el nacimiento y unos padres que, aun en la escasez, buscaron la manera de cumplir el anhelo de su hija de tener un muñeco, aunque fuese de cartón.

Unos objetos simbólicos que van a unir el pasado con el presente, la infancia con la madurez, el recuerdo con la esperanza. Más que cumplir un deseo material, va a permitir reconciliarse con la propia historia y dar continuidad al hilo de vida que nunca se interrumpe.

Ya os contaré cuando realicemos la dinámica, porque detrás está la solidaridad de dos grandes instituciones. En enero 2026 la segunda parte.

Un abrazo… de los que unen la historia y son realmente importantes,

Fernando
Odres Nuevos

Prójimo

Hola a todos, Paz y Bien:

Esta mañana me ha llegado una invitación a unas jornadas cuyo lema y desarrollo giran en torno a la parábola del Buen Samaritano.


Cuando el maestro de la Ley se levanta y pregunta a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”, y de esa simple pregunta brota una de las parábolas más bellas y con mayor significado para quienes nos dedicamos a cuidar de los más vulnerables.

Me acordé de un libro que tengo del cardenal jesuita Carlo María Martini, donde tiene una reflexión sobre lo que, para él, significa ser prójimo.

Os la dejo como cierre del día:

El prójimo

El prójimo no es algo que ya existe. Prójimo es algo que uno se hace.

Prójimo no es el que ya tiene conmigo relaciones de sangre, de raza, de negocios, de afinidad…

Prójimo me hago yo cuando, ante un ser humano —incluso ante el extranjero o el enemigo—, decido dar un paso que me acerque, que me aproxime a él. (Carlo María Martini, SJ)

Muchas veces pensamos en pasos muy grandes, enemigos y problemas que nos quedan lejos. Sin embargo, casi siempre, los pasos más importantes son los pequeños: acercarnos a nuestro compañero de trabajo, a alguien de nuestra familia…

¿Cómo andamos de hacernos prójimos? ¿Cuántos pasos de acercamiento hemos dado últimamente?

Un fuerte abrazo… de esos que, sí o sí, nos acercan.

Fernando
Odres Nuevos