“Con amor eterno te he amado he reservado gracia para ti (Jer 31,1-3) “Este es el día de la salvación, es el tiempo de la misericordia” (Sal 117). Hoy se abren las puertas del triunfo y de la esperanza: “Levántate y brilla que ha llegado tu luz; mientras las tinieblas cubren la tierra y los pueblos están en la noche, sobre ti se levanta Yavé y sobre ti aparece su gloria” (Is 60,1).
No es casualidad que esta cuaresma inicie en un contexto como el nuestro: violencia, corrupción, pobreza, conflictos; justamente ahí es a donde Dios viene para iluminar, purificar y transformar. ¡La cuaresma es un nuevo nacimiento, un tiempo de cambio y renovación desde lo más profundo de nuestro corazón!
A diferencia de algunos grupos religiosos y corrientes filosóficas, el cristianismo no anuncia la condenación ni la destrucción fatalista del mundo, más bien proclama la alegría de la salvación y de la misericordia: “No es que el brazo de Dios no alcance a salvar ni que su oído esté demasiado sordo para oír” (Is 59,1). Creemos en un Dios al que le encanta la vida y que está pronto para perdonar y salvar. Puede tratarse del pecador más empedernido pero él siempre tendrá los brazos abiertos y la fiesta preparada (Lc 15) pues nunca da a nadie por perdido.
¿Qué nos pide Dios para este tiempo? Que volvamos a él con todo el corazón, que rasguemos nuestro corazón y no nuestros vestidos, porque él es bondadoso y compasivo (Joel 2,12-13). Que si hacemos buenas obras no las pongamos a la vista de todos ni esperemos premios; que cuando ayudemos no lo publiquemos a bocajarro para que nos alaben, que nos ejercitemos en la autenticidad en la vida interior.
Tu Padre que ve en lo secreto te premiará. Que esta cuaresma sea para ti un tiempo de recogimiento y silencio; busca esos ratos a solas contigo mismo y con Dios, no te dejes llevar por el ritmo acelerado de los relojes y el internet. Cálmate, detente, relájate y regálate momentos de paz, no le pidas a tu cuerpo o a tu sistema nervioso más de lo que puede dar. Entra en tu pieza, cierra la puerta y ora a tu Padre; disfruta de su abrazo y sin decir nada déjate acariciar y alimentar por él (Os 6,6). La corrección de Dios –aunque duele- no nos hunde ni anula ¡más bien nos libera y dignifica! ¡Pídele! ¿Qué te gustaría vivir en esta cuaresma? ¿Qué gracia tiene él reservada para ti?»